viernes, 18 de junio de 2010

En memoria de José Saramago



Ha muerto José Saramago, pero sus palabras nunca morirán.
En parte, soy la persona que soy por el. Sus libros han influido en mi vida y mi manera de ver el mundo, y lo seguirán haciendo... por eso Saramago vivirá en parte siempre dentro de mi.

No soy ni escritor, ni periodista ni nada de eso, así que lo mejor que puedo hacer es poner unas cuantas de sus palabras en mi boca, y todo lo demás, está de más:



«No creo en Dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la Historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen los unos a los otros. Por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en Dios, no lo necesito y además soy buena persona».
«Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir».


«He reflexionado sobre el hecho de que yo siga siendo comunista. Por supuesto que lo soy y no me imagino a mí mismo siendo algo distinto. Pero me he dado cuenta de que tenía que añadir algo a ese 'yo soy comunista', y lo que estoy añadiendo es que soy un comunista libertario». 
"Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan, y no hacemos nada por contrarrestarlos, se puede decir que nos merecemos lo que tenemos."  
"Si el mundo alguna vez consigue a ser mejor, solo habrá sido por nosotros y con nosotros."
"Hay quien se pasa la vida entera leyendo sin conseguir nunca ir más allá de la lectura, se quedan pegados a la página, no entienden que las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río, si están allí es para que podamos llegar a la otra margen, la otra margen es lo que importa".
Ser socialista es un estado de espíritu. La experiencia nos dice que hay dirigentes que antes se presentaban como socialistas y que ahora sabemos que no lo han sido. Mira la URSS, tres generaciones, se derrumba y el espectáculo es desolador. Marx dice que si el hombre está conformado por las circunstancias, habrá que construir las circunstancias humanamente. Y es más que dudoso que muchas de las circunstancias de la URSS fueran humanas. Hoy el concepto de socialismo ya no tiene que ver con la realidad socialista, y se sigue usando, incluso ahora que ha llegado casi al contrario de lo que se proponía».


«Estamos neuróticos. No sólo hay desigualdad en la distribución de la riqueza, sino en la satisfacción de las necesidades básicas. No nos orientamos por un sentido de la racionalidad mínima. La Tierra está rodeada de miles de satélites, podemos tener en casa cien canales de televisión, pero de qué nos sirve eso en este mundo donde mueren tantos. Es una neurosis colectiva, la gente ya no sabe lo que le conviene para su felicidad».
  
«Estamos muy aborregados, pero este es mi país, y punto. No es el más hermoso, ni el más inteligente, ni el más inventivo, pero es mi país. Hace años me preguntaron por las relaciones con mi tierra. Y yo contesté: 'Me gusta lo que este país ha hecho de mí'. En el fondo, la cosa es muy sencilla: yo puedo criticar a Portugal, pero hay una pregunta: '¿Quién sería si no hubiera nacido en este lugar del mundo?'».

«La derecha en general, y en particular la española, no ha logrado expulsar de su ideario la obsesión de que por encima de todo está su apetito de poder. En cuanto a la izquierda, cierta izquierda no se reconoce en el PSOE y otra es, sencillamente, víctima de una ley electoral injusta y discriminatoria».

«Cada miembro de la Conferencia Episcopal es un inquisidor en potencia. A la Iglesia le gustaría volver a los felices tiempos de la alianza entre el trono y el altar. Entonces tendríamos al cardenal Rouco Varela en el papel de un Richelieu de vistas cortas aplicando, sin mirar a las consecuencias, las nefastas ideas de su mentor Ratzinger».

«El hombre más sabio que conocí no sabía leer ni escribir. Era mi abuelo materno y, aunque analfabeto, era un sabio en su relación con el mundo. Era pastor y había armonía en cada palabra que pronunciaba. Era una pieza en el mundo. No era apático, ni resignado. Era un ser humano directamente conectado con la naturaleza, como los árboles de su huerto, de los cuales se despidió cuando tuvo que viajar a Lisboa. Les abrazó y se despidió de ellos, de su naturaleza, porque sabía que se iba a Lisboa a morir».



«Nuestra única defensa contra la muerte es el amor»

«La vida es así, está llena de palabras que no valen la pena, o que valieron y ya no valen. Cada una de las que vamos diciendo le quitará el lugar a otra más merecedora, que lo sería no tanto por sí misma, sino por las consecuencias de haberla dicho».


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